martes, 11 de octubre de 2011

LOS MARXISTAS ESPAÑOLES A LAS ÓRDENES DE LA URSS

  Resulta sorprendente que un autor, reconocido marxista como es Antonio Elorza, publique un libro muy crítico sobre la Internacional comunista. No hay constancia de que haya abandonado su marxismo, pero podría caer en algo habitual de tantos marxistas como es el utopismo.

  Existe una contradicción entre aquellos que hacen apología del marxismo como conocimiento científico y reservan despectivos calificativos de utópicos y anticientíficos a los que discrepan de la teoría marxista. Pero en esos pretendidos científicos, se suele dar la paradoja de estar inmersos en la utopía.

  Desde la existencia de la Unión Soviética, incluso desde antes de la revolución bolchevique de 1917, viene repitiéndose que las aberraciones producidas por los sistemas marxistas leninistas al alcanzar el poder son consecuencia de un desviacionismo doctrinal. Ya Kautsky y Plejanov criticaban el sistema impuesto por el bolchevismo triunfante, acusándolo de desviacionismo del marxismo puro. Invectivas poco fundadas, al igual que las de Rosa Luxemburgo, pues gracias a que Lenin utilizaba el marxismo como una guía para la acción, y no como un catecismo dogmático, pudo hacerse realidad el sistema político más totalitario e inhumano de la historia.

  Pero después, incluso leninistas puros ejecutados en gran número y otros exiliados no señalaban al sistema como causa de los males. Sería Stalin quien se hubiese desviado del marxismo-leninismo. Trotsky acusaba a Stalin de infiel a las esencias marxistas, como antes Lenin era acusado por Kautsky o Bernstein. Posteriormente, Mao Tse Tung acusaba de traición y desviacionismo a Liu Shao shi, Kruschof lo haría con Stalin, Breznev con Jruschof, etc.

  Parece que el ideal marxista no se hace realidad nunca. Dan igual los crímenes de Pol Pot, que las aberraciones de Kim Il Sung. Los sufrimientos sin cuento no son debidos a la maldad intrínseca del sistema, sino a su equivocada aplicación. Los apologistas del rigor científico y de la corrección del pensamiento de Marx, nunca encuentran realizado su Estado ideal. ¿Acaso no debe calificárseles cuando menos de utópicos?


  Dicen Elorza y sus colaboradores que la apertura, posteriormente sólo rendija dificultosa en extremo, de los archivos de la hoy extinta Unión Soviética especialmente entre 1992 y 1995, ha supuesto un paso decisivo en la investigación histórica de la Internacional. Discrepo en parte de tal argumentación. El actual conocimiento de la subordinación a la Internacional no ha resultado tan innovador como se supone.

  La biografía desmitificadora de Lenin, realizada por el general Dimitri Volkogonov, causó asombro y sensación entre los rusos, pero el asombro no ha sido tal en Occidente. La biografía de Volkogonov, aporta datos complementarios esclarecedores, como puede ser el papel de Inessa Armand en la vida de Ilich, por citar sólo un aspecto. Pero los datos aportados por Fisher, Walter, Betizza, Wilson, Vlam, Villemarest, etc., ya ofrecían una perspectiva muy completa. 

  Con ocasión de la apertura parcial de los archivos de la antigua Unión Soviética, algunos escritores marxistas, admiten lo que hasta ahora era en gran parte ampliamente conocido. Pero para ellos parece que sólo la evidencia de las fuentes originales confiere verosimilitud a lo que había sido divulgado por historiadores imparciales.

  Recoge Elorza (pág. 109) cómo, dentro de la concepción militar imperante en la Comintern, el papel del delegado o del representante consistía en garantizar la actuación del partido local según las instrucciones recibidas. Pero esto ya fue dicho por Krivitsky en 1938. E incluso, anteriormente, por uno de los hombres que mejor conoció el leninismo y stalinismo desde dentro, Boris Suvarin.

  Dolores Ibarruri -homenajeada incluso por el Pp en la España de 1999- muestra su inenarrable entusiasmo ante los logros y las manifestaciones exteriores del bolchevismo en Moscú en 1933 (pág. 185).

  Un hombre clave en la presión de la Comintern sobre el partido comunista español, Victorio Codovila, fue el transmisor de la orden de sustituir el ataque hacia el «socialismo burgués renegado y cómplice del imperalismo», por la «unión antifascista» concretada en el Frente Popular, siguiendo las consignas de Dimitrov. Noticia exacta, pero no inédita: son numerosas las obras publicadas sobre la subordinación de los partidos comunistas nacionales, entre ellos el español, a las órdenes emanadas en última instancia no del Politburó, sino de Stalin.

  La maniobrabilidad bien demostrada de «Ercoli», Togliatti, de acelerar el paso de la revolución democrática burguesa, como premisa para la revolución socialista (pág. 241 y ss.) está correctamente reflejada. Pero, una vez más, es algo sabido. Lo que asombra a los críticos consensuales, bien sean del ABC cultural o de El País, es que Elorza no crea en la inocencia de los intelectuales que viajaron a la URSS en los años 30. La entrevista de Stalin con Alberti (otro personaje ensalzado de nuestra actualidad, no ya en la izquierda, sino en la derecha vergonzante, a la que, sin embargo, se sigue calificando de fascista) y M.ª Teresa León, es bien conocida, por lo grotesco del servilismo. Ante el «padre de los pueblos, el gran timonel», no es descubierta ahora la adulación que le profesa Alberti, por Elorza, sino que ya existía profusa documentación. Lo que asombra a Elorza es haber encontrado en los archivos de Moscú lo que ya había sido revelado por otras fuentes.

  La detención, secuestro y asesinato de Andrés Nin, al que Trotsky consideraba desviacionista, y su tortura por la policía staliniana que actuaba con total impunidad en la España «republicana», es conocida de antiguo. Lo que aporta Queridos camaradas, son precisiones sobre puntos oscuros; pero no algo inédito. «El País», en su comentario apologético del libro, lo presenta como una revelación.

  El reconocimiento de que José Díaz pasa a ocupar la secretaría general del partido comunista español, pero que el efectivo titular era el argentino Victorio Codovila, es cierto; pero esto ya lo había señalado mucho antes Francisco Félix Montiel en varias de sus obras.

  Stepanov, instando al dominio comunista sobre el partido socialista bajo pretexto de unificación, adquiere su verdadero realce en la dirección de la política española (pág. 395) durante la II República.

  Resulta de innegable interés que el futuro de España se subordinaba, a partir de 1938, a los proyectos mundiales de la URSS. La última obra de Montiel Un coronel llamado Segismundo ya ofrecía datos abrumadores. La subordinación de Dolores Ibarruri a Stepanov aparece innegable, y la reducción del Frente Popular a mero avalista de la política soviética (pág. 45).

  Reconoce que las Brigadas Internacionales se mueven (pág. 462) sobre un doble eje de coordenadas en el que se cruzan las necesidades militares con las conveniencias de la política exterior de la URSS.

  Los autores narran hechos indudables; pero la apertura de los archivos, como hemos insistido con Volkogonov, aporta datos complementarios, pero rara vez inéditos.

  Dada la permanente variabilidad del carácter staliniano, en parte por su innata desconfianza y, en los años finales de su vida, por su paranoia, la rectificación de la historia era una constante. Pero esto no afectaba sólo a los manuales, donde si ayer Riazanov o Bujarin eran ardientes revolucionarios y compañeros de armas del camarada, hoy pasaban a ser «víboras lúbricas», «Monstruos inhumanos», «perros rabiosos», para los que la pena de muerte era poco castigo.

  Además de las consignas dadas en el seno del aparato -secretas y, por tanto, no accesibles-, se transmitían órdenes exclusivamente verbales en numerosos casos. Especialmente si afectaban a la liquidación de enemigos políticos, ayer combatientes ardientes por el socialismo y hoy traidores. Así mismo las consignas de cambios de orientaciones políticas, afectando a grandes maniobras, eran a veces orientaciones verbales transmitidas por Stepanov, o Togliatti, o Güero, según órdenes del propio Stalin.

  El libro tiene el interés de confirmar o de aclarar, incluso de ampliar información. Pero solamente para «progresistas» indocumentados puede parecer algo sorprendente y destinado a redefinir un periodo trágico de la historia no sólo de España, sino de la Internacional comunista en su conjunto.

  Angel Maestro

martes, 4 de octubre de 2011

SANTIAGO CARRILLO

    No cabe duda que don Santiago, a pesar de su mala memoria, es un experto en grandes y pequeñas fosas comunes, dada su larga experiencia de primerísima mano.
Tiene el señor Carrillo, en la actualidad, una acreditada fama de demócrata, amante de sus semejantes, héroe y no violento.
Repasemos su benéfica vida y veamos lo merecido de esa fama.
Don Santiago demócrata .
Ya, el 12-2-34, empezaba a preparar la clientela para esas fosas, así en Renovación, nº 130, revista de las Juventudes Socialistas (JJSS), su líder era Carrillo, publicaba el “Decálogo del joven socialista”, donde daba instrucciones militares y políticas a sus muchachos, de cara a un próximo alzamiento contra la República, toda vez que su partido, el PSOE, había perdido, por goleada, unas elecciones democráticamente convocadas, después de haber gobernado, casi tres años, de manera lamentable, consiguiendo para España los mayores índices de corrupción, paro y pobreza de todo el siglo XX.:
1. Los jóvenes socialistas deben acostumbrarse a las movilizaciones rápidas, formando militarmente de tres en fondo; 2. Cada nueve (tres filas de a tres) formaran una década añadiéndole un jefe, que marchará al lado izquierdo… 4. Es necesario manifestarse en todas partes… Manifestarse militarmente, para que todas nuestras acciones lleven por delante una atmósfera de miedo y respeto… 7. Ha de acostumbrarse a pensar que en los momentos revolucionarios la democracia interna en la organización es un estorbo. El jefe superior debe de ser ciegamente obedecido… 8. La única idea que hoy debe de tener gravada el joven socialista en su cerebro, es que el socialismo solamente puede imponerse por la violencia y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente… 10. Y, sobre todo esto: armarse. Como sea, donde sea y por los procedimientos que sean. Armarse. Consigna: Ármate tú y al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar al enemigo. M. Parra Celaya, Juventudes de vida española, Madrid, 2001, p.188. .
Que el asunto marchaba magníficamente nos lo confirmaba el mismo Carrillo el 20-4-34: “Por primera vez habían actuado en diversas formas las milicias que estábamos empezando a organizar”. La víspera unos pistoleros de las JJSS ametrallaron a un grupo de cedistas haciéndoles un muerto y un herido grave. Memorias, p. 89. .
Nos contaba Salazar Alonso, ministro de Gobernación del Gobierno republicano: 6-6-34. Circular de las Juventudes Socialistas: “En numerosos pueblos (las milicias) ya funcionan con admirable acierto y disciplina… Hay que tener en cuenta que la acción combativa… ha de ser de ordinario el atentado personal. Por ello esta organización, más que otra cosa, ha de tener una base terrorista”. Bajo el signo de la revolución, Librería de Roberto San Martín, 1935. .
Insistía más tarde, animando a los muchachos, para que un hubiese dudas: “La supresión de todas las personas que por su situación económica o por sus antecedentes puedan ser una rémora para la revolución”... “Muchas sentencias habrá que firmar. Estamos seguros de que... los jóvenes socialistas, con entusiasmo, estarán dispuestos a darles cumplimiento”. Renovación, 10 de agosto y 14 de septiembre del 34. JA. Sánchez García-Sauco, La revolución de 1934 en Asturias. P. 46. .
Llegó el octubre del 34 y, a fe que las milicias cumplieron. En Asturias se lucieron. Siguió gobernando Lerroux, jefe del partido republicano más antiguo de España. Cuando él estaba aburrido de ser republicano, Azaña se presentaba (24-2-18) a diputado con el monárquico partido de don Melquíades Álvarez (asesinado, en el 36, en una cárcel de Madrid) . Las JJSS siguieron cumpliendo con su sagrado deber de matar fascistas, ya se sabe: todos los que no eran socialistas. .
Gana las elecciones del 36 el Frente Popular. Sigue la muchachada de Carrillo su labor con gran interés, pero ahora en la más total impunidad. .
Don Santiago hermana de la Caridad.
Llega el 18-7-36, la media España a la que estaban matando se aburre más que un pelo y se subleva contra la del Frente Popular. .
Se va preparando el ambiente, el 3-11-36. La Voz (diario de Madrid) anima al personal: “hay que fusilar en Madrid a más de 100.000 fascistas camuflados, unos en la retaguardia, otros en las cárceles. Que ni un “quinta columnista” quede vivo”. C. Fernández, Paracuellos del Jarama. ¿Carrillo culpable?, Argos y Vergara, 1.983, p. 43. Debray, Demain l´Espagne, Suil, París.
, 1974. En realidad el nombramiento salió publicado al día siguiente, aunque el 6 él ya ejercía. Las matanzas estaban minuciosamente preparadas, previamente se ordenaba a los alcaldes de los pueblos de Paracuellos del Jarama, San Fernando de Henares y Torrejón de Ardoz que abriesen tumbas, se obliga a cavarlas a los vecinos. A los presos se les dice que los evacuan a Valencia, les atan las manos con alambre, en autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías se les lleva al lugar del asesinato, los días 7 y 8 de noviembre fusilan a 1.340. Entre el 9 de noviembre y el 3 de diciembre asesinan a 2.936. Hay listas de casi todos con nombre y apellidos, los presos eran sacados, por milicianos de Vigilancia de Retaguardia pertenecientes a la consejería de Carrillo, mediante vales al director de la prisión, firmados por Serrano Poncela, su segundo en el mando. .
La Causa General incorpora dos documentos al anexo de capitulo VII, que son órdenes firmadas por Serrano Poncela enviadas a los directores de las prisiones, días 26 y 27, ordena que sean puestos en libertad los 132 presos nominados en ellas. Todos serían asesinados en Paracuellos. Carrillo llevaba ya 20 días de jefe. .
I. Gibson nos dice: de la matanza fue culpable Carrillo. Él dice que el asunto lo “manejó” la policía soviética. Paracuellos: cómo fue, Barcelona, Plaza y Janés, 1.983, p. 207. .
Carrillo cuenta de las matanzas a Oneto, MA. Aguilar, y P. Páramo, dice que no tuvo nada que ver, aunque si se enteró de las mismas, “no tenías tiempo de emocionarte por eso… no comprender eso me parece que es hacer abstracción de lo que fue la guerra civil”. Cambio 16, nº 266, 16-1-77. .
El 11-11-36, el Consejero Caminero pregunta en la Junta sobre la evacuación de los presos de la Modelo: .
“Carrillo contesta detalladamente diciendo que tiene todas las medidas tomadas aunque no ha sido aun hecha la evacuación… Diéguez (comunista) dice que el 7 y el 8 han habido evacuaciones (fusilamientos) y propone que continúe haciéndose la evacuación (fusilamiento)… Carrillo insiste en sus anteriores razonamientos, argumentando con la actitud adoptada últimamente por el Cuerpo Diplomático”, había habido una protesta muy fuerte por los asesinatos, encabezada por el decano del CD el embajador chileno. Hay que destacar que Chile fue uno de los últimos países en reconocer a Franco. Libro de Actas de la Junta de Defensa de Madrid, Arostegui y Martínez, La Junta de Defensa de Madrid, Comunidad de Madrid, 1.984, p. 295 y ss. No se había evacuado ni se evacuó ningún preso, todos habían sido asesinados. .
Carrillo recababa para sí toda la autoridad para la evacuación, primero niega que se haya hecho, luego corregido por Diéguez reconoce que se ha suspendido por la protesta diplomática. .
Carrillo dice en Unión Radio: “la única resistencia que tiene la Junta de Defensa es la resistencia que ofrece el enemigo… que esta a nuestras puertas, porque la resistencia que pudiera ofrecerse desde el interior está garantizada que ya no se producirá”. ABC de Madrid, 13-11-36, p. 13. .
Nos contaba J. Galíndez, secretario del ministro de Largo Caballero Irujo (PNV): “En la noche del 6 unos 600 prisioneros de la cárcel Modelo cuyas conexiones fascistas eran notorias fueron ejecutados en un pueblo cercano a Alcalá de Henares. Dos noches más tarde fueron ejecutados 400 más… Durante los días siguientes hubo muchas ejecuciones en Madrid, en Paracuellos, San Fernando de Henares y Torrejón. Evidentemente el director de Orden Público, Manuel Muñoz, tenía conocimiento de los asesinatos… Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público… borrón que afea la defensa de Madrid… Carrillo, que daba órdenes de libertad, que significaban contraseñas convenidas para sacar a determinados presos… y matarlos”. Los vascos en el Madrid sitiado, Ekin, Buenos Aires, 1945, p. 66, 68 y 78. .
Las ejecuciones de noviembre y diciembre en Madrid fueron dirigidas por Carrillo, Consejero de Orden Público. G. Cabanellas, La guerra de los mil días, Buenos Aires, 1973, Vol. II, p. 813. .
“No se trata de ejecuciones espontáneas, como las de las primeras semanas… sino… de todo un programa de eliminaciones políticas, exigido por Koltsov (periodista soviético, agente de Stalin en Madrid), y aceptado por el Gobierno”. La documentación de la Causa General es abrumadora como prueba de responsabilidad de Carrillo, del Director General de Seguridad Muñoz, y del Delegado de Orden Público, Serrano Poncela, ambos a las ordenes directas del primero y todos del PCE. Resulta particularmente trágica la firma de Serrano al pie de una orden dictada el 26-11-36: “Sírvase poner en libertad a los presos que se relacionan al dorso”. Figuraban 26 nombres. Fueron ejecutados inmediatamente. Casi todas las ordenes eran iguales. R. de la Cierva, La historia se confiesa, Barcelona, Planeta, 1976, T. III, p. 27. .
La Junta de Defensa publicaba una nota en la prensa: “Saliendo al paso de una infamia…Ni los presos son víctimas de malos tratos, ni menos deben temer por su vida. Todos serán juzgados dentro de la legalidad”. Causa General, Madrid 1944, cap. VII, p. 239. .
El 24-11-36, La policía encabezada por el Director de Seguridad Serrano Poncela (segundo de Carrillo) y el ruso Koltstov entra en la embajada de Finlandia y detiene a 525 refugiados, que luego serían asesinados. “Limpiar un poco Madrid; echar aunque no sean más a 30.000 fascistas; fusilar, aunque solo sea a un millar de bandidos”. M. Koltstov, Diario de la guerra de España, París, 1963, p. 114 y 261. .
El veterano comunista Castro Delgado, ministro por entonces, nos contaba. “Aquí no se pretende hacer justicia, sino implantar el terror; por eso, ¡no te importe equivocarte!... Vale más matar de más que de menos”. Hombres madre in Moscú, p. 391 y 429. .
“Los presos más peligrosos… la mayor parte de ellos fueron fusilados… Exterminar o ser exterminado se convirtió en la consigna de Madrid”. RG. Colodny, brigadista comunista. Asedio a Madrid, Ruedo Ibérico, París, 1970, p. 50. .
Nos contaba el mismo PCE en su libro colectivo Guerra y revolución en España, Progreso, Moscú, 1968, p. 187: “Carrillo… Cazorla… tomaron las medidas necesarias para mantener el orden en la retaguardia… en dos o tres días se asestó un serio golpe a los… quintacolumnistas”. .
Hay una protesta del Cuerpo Diplomático de Madrid. La lleva a cabo el delegado de la Cruz Roja Internacional Henry Henny, acompañado por el doctor Schlayler, encargado de Negocios de Noruega y el doctor Pérez Quesada, encargado de Negocios de Argentina. Se redactó el informe, el Delegado salió en un avión, puesto por la embajada francesa, para entregarlo en Ginebra, sobre Pastrana fue abatido por un caza. El piloto, que resultó herido, aseguró que el avión era republicano. Henny se llevó a Ginebra la bala que le extrajeron y resultó la de un caza republicano. C. Fernández, Paracuellos del Jarama. ¿Carrillo culpable?, Argos y Vergara, 1.983, p. 65. .
8-12-36. Se nombra Inspector de Prisiones a Melchor Rodríguez. “A partir de esa época, la energía con que el nuevo delegado de prisiones -un anarquista que, en pugna con las demás autoridades rojas, y sobre todo del PCE, actuó desde el primer momento, por su personal y exclusiva iniciativa- acabó con las matanzas de presos”. Causa General, Madrid 1944, cap. VII, p.239. .
Melchor Rodríguez, Director General de Prisiones, consigue quitarle las cárceles a Carrillo tras dura lucha, publica en la prensa de Madrid, el 20-4-37, una denuncia afirmando que Cazorla “sacaba de las cárceles del Gobierno a los presos absueltos por los tribunales populares para… conducirlos a cárceles clandestinas…está dispuesto a demostrar documentalmente la… política seguida desde la Consejería de Orden Público… por Carrillo y Serrano… por Cazorla… que… estaban deshonrando… al Gobierno de la República. Melchor Rodríguez, con grave riesgo de su vida, acabó con las grandes sacas de las cárceles, teniéndose que contentar, a partir de entonces, el PCE con asesinatos más modestos en sus checas, o hacerlos fuera de Madrid. .
Carta de G. Dimitrov (Secretario General de la Comintern, encargado por Stalin de controlar la guerra en España) a Voroshilov (Comisario del Pueblo para el Ejército y la Marina, ministro de Guerra de Stalin), 30-7-37. .
Hablan de Irujo (ministro de Justicia en Valencia): “Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban aproximando a Madrid dio orden de fusilar a varios funcionarios fascistas detenidos… está organizando una investigación sobre comunistas… que trataron con brutalidad a los fascistas prisioneros”. Irujo salió del Gobierno, como era de esperar. España traicionada, Planeta, 2002, Barcelona. Libro basado en la apertura, en los años 1990 y 1991, de los archivos soviéticos. R. Radosh, profesor emérito de la City University de Nueva York; M:R: Habeck, Coordinadora del Russian Military Archive, Universidad de Yale; G. Sevostianov, de la Academia de Ciencias de Rusia, investigador del Instituto de Historia Universal de Moscú. .
Don Santiago héroe.
Cuenta Carrillo a Oriana Fallaci: Yo la guerra la he hecho de verdad, durante tres años, disparando y matando. El Europeo, octubre, 1975. .
Seguía. El 18 de julio salí de París para combatir en San Sebastián. Los nacionalistas vascos nos quisieron fusilar, estábamos contra el paredón y me salvo un camarada. Formé parte de una columna que iba a tomar Aguilar de Campoo, armado con una escopeta de caza. Pasamos a Madrid a través de Francia, fui capitán de una compañía, comisario de un batallón, derrotamos a los marroquíes, que eran gigantescos y les hicimos muchos prisioneros, el 6 de noviembre pasé a ser miembro de la Junta de Defensa. R. Debray, Demain l´Espagne, Seuil, París, 1975, p. 61 y 62. .
Lister nos lo cuenta de otra manera: “De todo lo contado lo único cierto es que estaba en París el 18 de julio, todo lo demás se lo inventa. Estuvo más de un mes en Francia viendo como iban las cosas y únicamente cuando vio que iban bien regresó a París. ¿Por qué de sus andanzas solo da un nombre, de una persona muerta ya (se refiere a Modesto)? ¿Por qué no da el nombre del batallón ni de la compañía? ¿Por qué no cita el lugar y la fecha de la batalla contra los gigantes marroquíes? Si se repasan periódicos de la época se encuentran fotos y reseñas de la actividad militar de todos los dirigentes de las JSU (Juventud Socialista Unificada), ninguna de Carrillo (líder de la JSU). La explicación es sencilla; después del mes de heroica reflexión en París, esperó discretamente en Madrid ser nombrado jefe de la policía, cargo para el que se requerían condiciones muy diferentes a las necesarias para batirse en el frente. E. Lister, ¡Basta!, G. del Toro, Madrid, 1976, p. 173 y 174. .
Posteriormente en un libro de Bardavio, ya muerto Modesto, cuenta Carrillo que peleó, con el grado de capitán, en Navalperal de Pinares. En aquella batalla intervinieron unos 7.000 nacionales, de los cuales solo 500 eran moros. Fue un triunfo total de los franquistas, que, el 9 de octubre, toman del pueblo, cogiendo un gran botín y numerosos prisioneros. JM. Martínez Bande, La marcha sobre Madrid, San Martín, Madrid, 1968, p. 217. .
Hasta primeros del 37 está en Madrid, pasa a Valencia, donde está hasta enero del 38. Lister sigue contando: Prieto publicó un decreto ordenando que, todos los que estuviesen en edad militar, tenían que incorporarse al frente, quería con ello darle un golpe a tanto emboscado hijo de gente bien, entre ellos, padres de la Patria en las Cortes y dirigentes de las JSU, a los que estábamos en el frente la medida nos alegró. Todos los jefes de las JSU, entre ellos Carrillo, se escaquearon. E. Lister, ¡Basta!, p. 175. Nos sigue contando Carrillo: “Durante el periodo en que yo estaba en el V Cuerpo de Ejército, con el general Modesto”. R. Debray, Demain l´Espagne, Seuil, París, 1975, p. 84. .
Lister pregunta: “¿Dónde? ¿En que fechas? ¿Con qué grado?”. E. Lister, ¡Basta!, p. 174. Coincide Lister, en todo, con R. Salas Larrazábal. Éste nos explica que también se escaqueó el amante de la Pasionaria, camarada Antón. Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, E. Nacional, 1973, p. 1.617 y 1618. .
Carrillo, en La Felguera (16-1-04), les aseguraba que ésta era hija de minero y esposa fiel de minero. El minero, en el mientras tanto, estaba peleando en el frente de Guadarrama voluntario, donde moriría.
Modesto, que era muy meticuloso, nombra a todos los comisarios suyos y de unidades subordinadas, a Carrillo no lo cita nunca. Solo en una reunión del Comité Central del PCE (enero 39) y una vez que estuvo de visita en el frente: “Carrillo estuvo con aquella unidad (47 División) esos días y los siguientes” (primeros de enero del 37). Modesto se manifiesta orgulloso de tenerle entre ellos. J. Modesto, Soy del Quinto Regimiento, Globe, París, 1969, p. 203, 234 a 315 y 370. .
Carrillo huye a Francia el 8-2-39, la guerra acabaría gozosamente dos meses más tarde. Lister cuenta de su regreso a la lucha: “En el avión que salí de Toulouse… para la zona centro-sur la noche del 13 de febrero… íbamos trece viajeros a pesar de tener el avión 33 plazas… esos miembros del Buró Político y de la comisión ejecutiva de las JSU (Carrillo)… daban la guerra por terminada”. E. Lister, ¡Basta!, p. 169 y 170.
Carrillo lo cuenta de otra manera en el folleto “¿A dónde va el Partido Socialista?” (1959). Escribe: “Vino marzo de 1939 y el golpe de Casado en Madrid… yo no pude participar personalmente en esa lucha… siéndome materialmente imposible regresar a la zona centro-sur”.
Lister concluye: “Carrillo da… diferentes versiones… al hecho de no ir a la zona centro-sur… todo ello para ocultar la verdadera razón, su cobardía. Carrillo pasó a Francia el 8 de febrero… Casado dio el golpe el 5 de marzo. Tuvo casi un mes para decidirse a volver, pero al final prefirió París a Madrid”. E. Lister, ¡Basta!, p. 171 .
Tagüeña, refiriéndose a Carrillo, escribe: “Siempre lo había considerado dispuesto a subordinar todo a sus ambiciones políticas”. M. Tagüeña, Testimonio de dos guerras, México, 1973, p. 359. Tagüeña había sido, antes de la guerra, líder, con Carrillo, de las JJSS, después se hizo también comunista, llegando a mandar un Cuerpo de Ejército en el Ebro. .
Don Santiago pacífico.
Del pacifismo actual de Carrillo sabemos también algo Nos contaba: “Yo no condeno la violencia. No estoy contra la violencia. La acepto cuando es necesaria. Y si la revolución va a tener necesidad en España de la violencia, como ha tenido necesidad en otros países (más que en ninguno en todos los países comunistas que en el mundo han sido), estaré pronto para ejercitarla… La condena de muerte a Franco, la firmaría, sí… Estoy entre los españoles que piensan que ver morir a Franco en la cama es una injusticia histórica… Yo nunca he esperado que Franco muriese y he hecho lo posible para cazarle antes de que se muera… ¡Pienso todavía cogerle antes de que se muera!” Declaraciones de Carrillo a Oriana Fallaci, semanario “L´Europeo”, 10-10-75.
Bardem, hablando de Ricardo Muñoz Suay, escribe que Carrillo le dijo estando solos, cara a cara, de hombre a hombre: “Ese se hubiera merecido aparecer una mañana en la cuneta”. Poético recuerdo de los famosos “paseos” de nuestra guerra civil. Es muy posible que Carrillo haya dicho eso, dijo, y sobre todo, hizo cosas peores, es un maestro de muertos en la cuneta, pero resulta que fui, hasta su muerte, buen amigo de Ricardo y él me enseñó en su casa de Barcelona, una carta manuscrita de Carrillo en la que éste le decía que un hombre como él, que había pasado tantos años en el “partido” y sacrificado tanto, no podía abandonarlo definitivamente por motivos tan nimios, y que el “partido” le necesitaba. C. Semprún Maura (comunista estalinista, luego arrepentido), Libertad Digital, 1-1-03.
Francisco Alamán Castro

lunes, 26 de septiembre de 2011

LEGITIMIDAD DEL ALZAMIENTO NACIONAL


  Mucho se ha escrito, muchas razones se han dado sobre la legalidad y legitimidad del Alzamiento Nacional de julio de 1936; desde ­el comienzo mismo de la guerra sobrevenida hasta hoy.
  La ilegitimidad de los “poderes actuantes” pareció entonces indiscutible desde el lado vencedor en 1939, el lado nacional. Por  el contrario, la ilegitimidad e ilegalidad  del Alzamiento pareció asimismo evidente entonces para aquellos “poderes”, los republicanos; pronto transformados en rojos; pues con tales denominaciones “nacionales” y “rojos” todos estuvimos de acuerdo.
  Sin embargo,  hoy no parece tan evidente para los que combatieron -y siguen combatiendo- el Alzamiento, que éste fuese un golpe de Estado desencadenante de la guerra; es decir, que los que lo dieron incurrieran en ilegalidad.
  Testimonios inexcusables, incluso desde el punto de vista de los vencidos, se dieron ya entonces (Salvador de Madariaga, Sánchez Albornoz, el propio Azaña), aunque años después fuesen silenciados  por los sucesores ideológicos de los vencidos, que contaron con la pasividad de los vencedores. Pero, como sucede siempre, la justicia histórica vuelve por sus fueros: y así hoy da la razón a los que la tuvieron, a los que se alzaron en el 36 y vencieron en el 39.
  Los “poderes actuantes”, o, lo que es igual, aquellos gobiernos del Frente Popular, estaban ya ilegitimados. A partir de la revolución de octubre de 1934, había comenzado la guerra en la cual los gobiernos eran beligerantes. Como dice Pío Moa ( El derrumbe de la II República y la guerra civil: Ed. Encuentros, Madrid, 2001, pag. 11): “Hubo un evidente peligro revolucionario, que utilizaban como palanca de movilización ante una amenaza fascista inexistente, y a sabiendas de su inexistencia, pues esa amenaza no tomó cuerpo hasta las fechas inmediatas al Alzamiento. Así, el impulso hacia el encuentro bélico provino de las decisiones de los  partidos gobernantes  y sus dirigentes.” Por eso, el Alzamiento fue tan legítimo como lo es la legítima defensa, sea ésta individual o personal, colectiva o social.
  Transcurridos tres años de guerra, se reprodujo en  la “Zona Roja” la misma situación, que se resolvió de la misma manera: un golpe de fuerza, en marzo de 1939, del coronel Casado y su Consejo de Defensa, que fue justificado por sus autores con la razón de que “el Gobierno de Negrín carece de base legal”. De ahí que en el manifiesto del Consejo Nacional de Defensa (5 de marzo de 1939) se dijo que: “Recogía (el Consejo) sus poderes del arroyo, adonde les arrojó el aquel Gobierno”.
  Así, al final de la guerra, la claridad se abrió paso, siendo reveladoras las palabras de Besterio – Presidente del  Consejo de Defensa- en un memorándum privado, que, años más tarde, en un artículo de I. Arellano, reprodujo el diario ABC de Madrid  en su número del 1 de abril – Aniversario de la Victoria-  de 1963. Estas son las palabras de Besteiro, palabras definitivas que explican “ toda la guerra, desde sus propios comienzos, desde el propio Alzamiento” ( J.M. Martínez  Bande, los cien últimos días  de la República, Caralt, Barcelona, 1973, Pág. 165): “La verdad real: estamos derrotados  por nuestras propias culpas: estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos... La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean los que fueran sus defectos, los nacionalistas (es decir, el bando llamado “Nacional”, capitaneado por Franco), que se  han batido en su  gran cruzada anti-Komitern.”
  Así pues, desde “el otro lado“ , con irreprochables testimonios, se dijo, ya entonces –y se reconoce ahora por los historiadores honrados de uno y otro lado- que las fuerzas del Alzamiento tuvieron razón, y aquella fecha inicial del 18 de julio de 1936 quedó legalizada ante la Historia.

Javier NAGORE YARNOZ

viernes, 23 de septiembre de 2011

EN LA II REPÚBLICA NO HUBO LIBERTAD DE PRENSA

  La mentira más mendaz resuena en la boca o en la pluma de individuos que pretenden, sin más, contar la historia a su gusto. De ahí que se escriba, en libros y publicaciones periódicas de carácter nacional, que el Alzamiento del 18 de julio, valga el ejemplo, fue un atentado contra la legalidad de la República. Pero, ¿esta era legal el día en que millares y millares de españoles, encuadrados en un Ejército reducido, decidieron acabar con el caos imperante? La II República había ido perdiendo legitimidad desde mayo de 1931, al permitir el Gobierno la quema de conventos, iglesias y centros de enseñanza de religiosos. ¿Hay alguien que pueda negar la dejación de poder de los hombres que decían encarnar al Estado?


  Los gobernantes republicanos pasaron desde la dejación de poder hasta una política agresiva en extremo. La Constitución advertía que, salvo decisión judicial debidamente justificada, nadie podía impedir la libertad de expresión en medios de comunicación. 

 Pero de inmediato, el hombre más nefasto, resentido y frívolo del gobierno, logra la aprobación de la llamada Ley de Defensa de la República. Y, con ella en la mano, el Ministro de la Gobernación conculca abiertamente la Constitución. 


  Bajo el pretexto de que este o aquel periódico afectaban a la seguridad de la República, el ministro aludido o el mismo presidente del Gobierno, Manuel Azaña, ahora tan admirado de repente por ciertos políticos clausuraron periódicos de la manera más arbitraria. El primero que fue cerrado, ABC, a partir de mayo de 1931, sufrió esta pena durante tres meses, produciéndose grandes perjuicios económicos a la empresa. «El Debate» estuvo menos tiempo cerrado, pero también experimentó sensibles pérdidas. Pretexto para tales medidas: su responsabilidad en los sucesos de mayo. La prensa de las izquierdas, fiel al gobierno, llegó a asegurar que los incendios de iglesias habían sido obra de las derechas. La mentira constituía el arma preferida de Azaña y las logias españolas que secundaban las consignas de las británicas y francesas.


  La suspensión de publicaciones de carácter derechista o, simplemente, críticas con la política del gobierno, alcanzó al País Vasco y a Navarra. Azaña y sus colaboradores actuaban con una gran carencia de sentido liberal y democrático.


  Con motivo de la asonada de agosto de 1932, a cargo de Sanjurjo, Azaña cierra, de un plumazo, más de cien periódicos. Les acusa de haber alentado la sublevación. Otra mentira. Ninguno de los periódicos suspendidos, entre ellos ABC, habían publicado nada que hiciese sospechar que incitaban a la rebeldía. Azaña, en tono jactancioso, mientras se dispone a reprimir masivamente la libertad de expresión, le dice al Director General de Seguridad: «Tráigame muchas gorras de plato agujereadas». Y encarcela, sin intervención judicial alguna, a un elevado número de monárquicos que ni habían conspirado ni sabían nada de lo que iba a suceder. Y, vengativo y rencoroso, expropia tierras y no precisamente solares baldios, sino fincas puestas en alta producción por sus propietarios. Se trata de perseguir a toda persona que no sea republicana lo cual entraña un gravísimo pecado, según el psicópata Azaña.


  El destacado historiador Ricardo de la Cierva escribe, en el volumen El mito Azaña, de su serie de episodios históricos de España, que «la Ley confirma la expropiación sin indemnización de todas las fincas pertenecientes a la "extinguida Grandeza de Expaña", porque la República se había empeñado en que la alta nobleza estaba implicada, en bloque, en el pronunciamiento del 10 de agosto, lo cual era completamente falso y nunca se pudo demostrar».


  Este era el Azaña, en compañía del pequeño miserable Casares Quiroga, que hablaba en el Congreso de libertad y democracia como supuestos símbolos de la II República. Enorme mentira. Como lo fue, también, en amañada y vergonzosa sesión parlamentaria, la destitución de Alcalá-Zamora. Se amordazaba a la opinión expresada en los diarios y revistas que consideraba enemigos suyos. Aquel cobarde -lo decían Miguel Maura, Indalecio Prieto o el mismo Salvador Madariaga- se encontraba en estado de delirante soberbia. El singular periodista y escritor Manuel Bueno, asesinado en la zona roja, advertía en ABC el 20 de octubre 1934: «El señor Azaña empezó a sentir ese mareo especial que se apoderaba del hombre al contacto del primer éxito, sea en amor, en política o en arte. Los espíritus fuertes se sobreponen fácilmente a los efectos de ese fenómeno y recobran, con la lucidez crítica, la visión exacta de las cosas. Los soberbios se dejan vencer por él, se de solidarizan de todo lo que les rodea y se situan de un salto en la región de la infabilidad, que es el ambiente familiar de los dioses».


  Que Azaña se siente infalible, no hay duda. Y, por ello, cierra periódicos, ordena ocupar tierras sin indemnización, envía a la cárcel sin garantías legales a quien le place y, como existe una justicia inmanente, desde las elecciones de febrero de 1936, se convierte en un muñeco del extremismo más radical y asesino. El gran censor de España, medroso y resentido, sólo tiene fuerza para redactar sus diarios. Es incapaz de detener el incendio de la Patria y el torrente de sangre que se vierte a raudales. La guerra la había traído él, no Franco, como ha escrito un sedicente historiador y plagiario hace escasos días.

José Antonio Cepeda

DOS INTENTOS GOLPISTAS DE AZAÑA

  Azaña intentó un primer golpe de Estado cuando la izquierda perdió las elecciones, en noviembre de 1933. Entonces presionó al jefe de Gobierno, Martínez Barrio, y al presidente de la República, Alcalá-Zamora, para que no convocaran las Cortes resultantes de los comicios, burlando así la decisión ciudadana, y en cambio formasen un gobierno izquierdista que organizara nuevas y más convenientes elecciones. El presidente recuerda en sus Memorias que «Azaña, Casares y Marcelino Domingo dirigieron a Martínez Barrio una carta de tenaz y fuerte apremio (...) en la que el llamamiento tácito a la solidaridad masónica se transparentaba clarísimo, a pesar de lo cual, en aquella ocasión, Martínez Barrio no cedió, cumpliendo su deber oficial, quizá no con agrado, pero sí con firmeza, al ver también la de mi actitud». Martínez Barrio también da cuenta en sus Memorias de esta y otras maniobras.

  El episodio es bien conocido, aunque a menudo olvidado o minimizado. Santos Juliá, por ejemplo, descarta el intento del golpe: «Claro está (...) no suelen proponerse golpes de Estado por carta». El comentario es frívolo, y además no sólo hubo la carta, sino también reuniones y todos los medios entonces al alcance de Azaña. De haber cedido Alcalá-Zamora, la república, o al menos la democracia, se habría venido abajo en aquel momento, acarreando probablemente la guerra civil. ¡Qué diría Juliá si la intriga hubiera partido de la derecha!

  Pero existe otra intentona golpista de Azaña, generalmente desconocida, que tuvo lugar hacia junio-julio de 1934. Por entonces se produjo una gravísima crisis por un conflicto de competencias entre el Gobierno y la Generalidad, a causa de la ley catalana de contratos de cultivo. La Esquerra, que dominaba la Generalidad, colocó a ésta en abierta rebeldía frente a las instituciones republicanas, mientras Companys hacía llamamientos apenas disimulados a la violencia y, para preparar la rebelión armada, constituía un comité encabezado por Dencás, jefe de Estat Catalá, sector separatista de la Esquerra. Prieto anunció en el Congreso: «este conflicto va a adquirir proporciones (...) gigantescas», y Azaña se refirió a «la inmensa desdicha que se avecina sobre España»; pese a lo cual ambos expresaron su completo apoyo a la Esquerra.

  Azaña envió por esos días a Cataluña a Carlos Esplá, hombre de su confianza, a fin de tranquilizar a la Esquerra, según afirma en su libro Mi rebelión en Barcelona. Pero las declaraciones del propio Azaña en Madrid eran todo menos tranquilizadoras. El 1 de julio declaró en el cine Pardiñas, lugar de tantos discursos de la época: «Vamos a colocarnos en la misma situación de ánimo en que estábamos frente al régimen español en 1930», es decir, en situación de rebeldía. Y para aclararlo, aludió al fracasado golpe militar con que intentó imponerse la República aquel año: «Unas gotas de sangre generosa regaron el suelo de la República, y la República fructificó». Esto sonaba a preanuncio de sublevación.

  Dencás desmiente la versión azañista sobre el cometido de Esplá: éste habría ido a Barcelona a «ayudarnos a preparar la revuelta», asistiendo a las reuniones del comité creado por la Esquerra, con participación de varios militares, entre los que menciona a Pérez Farrás. Pero, además de éste figuraban en dicho comité los comandantes Jesús Pérez Salas y Arturo Menéndez, que habían de permanecer al lado de Dencás, como asesores, la noche fatídica del 6 al 7 de octubre, cuando estalló la revuelta. Tanto Pérez Salas como Menéndez eran de los (escasos) militares de confianza de Azaña, y el segundo había sido director general de Seguridad cuando la matanza de Casas Viejas.

  Pues bien, Pérez Salas explica en su libro Guerra en España, que por entonces Azaña preparaba un golpe de Estado que se iniciaría en Barcelona: «Se daría a conocer al pueblo el nuevo Gobierno formado. Simultáneamente, en Madrid y en el resto de España habría de estallar una huelga general, como adhesión al nuevo Gobierno». Sin embargo, el proyecto no cuajaría: «no existió completo acuerdo entre los partidos ni entre las personas que habían de formar ese Gobierno, por lo que Azaña desistió de su propósito».

  ¿Qué hay de realidad en todo ello? Azaña refiere vagamente en el Cuaderno de La Pobleta que el 14 de junio (debió de ser julio) había hablado, en vano, con hombres del Partido socialista y de la Esquerra para buscar la unidad y el «acuerdo sobre un fin común», que no especifica, pero que él presenta como un fin político no subversivo. Sin embargo, existe un documento mucho más explícito: el acta de una reunión conjunta de las ejecutivas del PSOE y la UGT, el 2 de julio, para tratar la dimisión de Alcalá-Zamora, que se daba por inminente, y responder a la pregunta de Azaña, transmitida por Prieto, sobre qué harían en tal caso los socialistas. (En Fundación Pablo Iglesias, AFLC XXII, p. 88 a 91).

  Conviene recordar que, por aquellas semanas, Azaña, Martínez Barrio y otros, acosaban a Alcalá-Zamora para que derribase al gobierno centrista legal, presidido por Samper, y lo sustituyese por uno de izquierda, como medio para cortar la rebeldía esquerrista. El presidente de la República, desesperado, consignó en sus diarios: «Apena presenciar todo esto y seguir rodeado de gentes que constituyen un manicomio (...) porque entre su ceguera y la carencia de escrúpulos sobre los medios para mandar, están en la zona mixta de la locura y la delincuencia. La amargura que producen estas gentes impulsa a marcharse y dejarlos».

  Ante la eventualidad de la dimisión, las ejecutivas del PSOE y UGT acordaron lanzar «con todas sus consecuencias» la revuelta para la que se venían armando desde principios de año, y que planteaban abiertamente como una guerra civil; y contestar a Azaña que ellos lucharían por sus objetivos (la dictadura proletaria), sin supeditarse a las izquierdas «burguesas». Para comunicar el acuerdo, una comisión socialista del máximo nivel, compuesta por Largo Caballero, De Francisco y Lois, se entrevistó con los representantes de las izquierdas republicanas Marcelino Domingo, Salmerón y Azaña, y «por cierto -comenta Largo- que a éste no le agradó nada la contestación. Preguntó que si se constituía un gobierno republicano, cuál sería la conducta del Partido socialista; se le contestó que dependería de la conducta que observase el gobierno que se constituyera. A esta entrevista compareció también, de forma inesperada, el señor Lluí» (Lluhí, de la Esquerra), para advertir a Largo y sus compañeros que la Generalidad no apoyaría un gobierno exclusivamente del PSOE. La presencia sorpresiva de Lluhí fue interpretada por los socialistas como una inadmisible encerrona, para inducirles a aceptar el gobierno -ilegal- que preparaban las izquierdas «burguesas».

  Esta fue la reunión a la que alude Azaña en su Cuaderno de La Pobleta. Planeaba, pues, su propio golpe, como informa Pérez Salas, golpe que abortó ante la postura socialista. Ni la dictadura del PSOE ni la república federal que patrocinaba la Esquerra le hacían gracia, y esa tuvo que ser la causa de que probablemente ese mismo mes de julio, renunciara a sus proyectos. De ellos no deja la menor huella en Mi rebelión... ni en el Cuaderno pero los testimonios citados y la actitud de Azaña en aquellos días coinciden, y esclarecen, a mi juicio, las líneas generales de lo ocurrido.

  El presidente de la república no llegó a dimitir, y el instante crítico pasó sin que casi nadie llegara a enterarse de cuán al borde del abismo había estado el régimen. No obstante, los aprestos bélicos de la Esquerra y el Partido Socialista prosiguieron, hasta desembocar en la insurrección de octubre de aquel año, lanzada con el pretexto de la entrada -plenamente legal- de tres ministros moderados de la CEDA en el Gobierno.

  La conducta real de Azaña difiere a menudo de la que expone en sus escritos. El 6 de junio de 1933, por ejemplo, anota en sus Diarios: «Los radicales, y otros, han cometido la imprudencia de apelar a la intervención presidencial cuando no podían vencernos en las Cortes. El hecho es disparatado, y nunca se me ocurriría imitarlo, desde la oposición, contra un gobierno de derechas. Eso es apelar al Presidente contra el Parlamento (...) Más vale un régimen parlamentario auténtico, con todos sus inconvenientes, que un régimen parlamentario falsificado o corrompido». En cuanto perdió las elecciones, Azaña presionó sin tregua al presidente contra las Cortes, y lo hizo de forma mucho más dura y peligrosa que los radicales. Otro ejemplo revelador está en su anotación del 4 de diciembre de 1931 sobre «una proposición que ha presentado Santa Cruz, por indicación mía, pidiendo que las Cortes declaren que la disolución de las Cortes Constituyentes no se computará en las dos disoluciones que el Presidente de la República puede hacer con arreglo a la Constitución». En 1936, vuelto al poder, una de sus principales medidas fue destituir a Alcalá-Zamora, computando la disolución de las Constituyentes entre las dos a que tenía derecho el presidente.


Pío Moa

martes, 20 de septiembre de 2011

LOS MILITARES ANTE EL FRENTE POPULAR


Sobre las conspiraciones militares, dijo en enero del 36 el político Álvarez Mendizábal, ministro de Portela: "Yo, durante la dictadura (de Primo de Rivera), he estado presente en todas cuantas conspiraciones se fraguaron, y ninguno de los militares comprometidos acudió nunca a cumplir su palabra. Es más de temer una reunión de camareros o de cocineras". Sin embargo, pronto iban a cobrar mayor enjundia.

Cuando el Frente Popular alcanzó el poder, el ejército se hallaba tan dividido como el resto de la sociedad. Había desde militares y policías que instruían a las milicias izquierdistas, hasta monárquicos o fascistas deseosos de acabar con el Frente Popular y con la república misma, pasando por una masa muy considerable dispuesta a obedecer a quien mandase, fuera quien fuere. Parte de los izquierdistas se agrupaban en la UMRA, Unión Militar Republicana Antifascista, de inspiración masónica en buena medida, y los conspiradores monárquicos en la UME, Unión Militar Española; ambas poco efectivas.

Tras las elecciones de febrero del 36, los militares y policías que habían defendido la legalidad constitucional en 1934 temieron por un momento serias represalias, pues las izquierdas propugnaban la amnistía para los sublevados y la persecución contra quienes los habían vencido. De hecho, como ya quedó indicado, la propaganda electoral del 36 giró especialmente sobre ese punto, acusando a las derechas de las mayores atrocidades, y en las calles los militares solían ser acosados, golpeados o insultados por las turbas. Sin embargo, la investigación judicial quedó rápidamente marginada tras las elecciones, reduciéndose todo a las detenciones del general López Ochoa, que había mandado la lucha en Asturias contra los revolucionarios, y de algún oficial de la Guardia Civil, seguidas ambas de una perezosa investigación judicial.
No había ningún misterio en ello. Una investigación abierta sólo pondría de relieve la falsedad o exageración de las acusaciones izquierdistas, y traería de nuevo a la escena las atrocidades cometidas a su vez por la izquierda. Gil-Robles exhortó varias veces al cumplimiento de las promesas de investigar las atrocidades derechistas, pero en vano. Éstas habían dejado de interesar al Frente Popular, una vez le habían servido para llegar al poder. Y así no hubo en el ejército otros cambios que los destinados a asegurar en los puestos de mando clave a militares y policías de izquierdas y poner bajo vigilancia a los de derechas. Una de esas medidas consistió en alejar a Franco a las Islas Canarias, donde tendría poca posibilidad de maquinar. El general acudió a ver a Azaña y, pensando sin duda, como la CEDA, que el político terminaría oponiéndose a los planes revolucionarios de sus aliados, le advirtió: "Hacen ustedes mal en alejarme, porque yo en Madrid podría ser más útil al Ejército y a la tranquilidad de España". Pero Azaña le replicó con una clara amenaza: "No temo a las sublevaciones. Lo de Sanjurjo lo supe y pude haberlo evitado, pero preferí verlo fracasar".
La conciencia de que habían conseguido el poder los mismos del 34, mantenía en vilo a muchos militares. El 8 de marzo, poco antes de salir para Canarias, Franco se reunió con otros generales, con vistas a un alzamiento "que evite la ruina y la desmembración de la patria". Unos pensaban en la monarquía, otros en mantener la república, pero Franco, según parece, impuso dos condiciones: "el movimiento sólo se desencadenará en el caso de que las circunstancias lo hiciesen absolutamente necesario", y no sería republicano ni monárquico, sino, simplemente "por España".
Pero el futuro Caudillo no estaba en condiciones de dirigir la conjura, e iba a pesar poco en ella. Aunque otros generales le hablaban con gran optimismo sobre los planes de golpe, él era más bien pesimista: "Me daba cuenta de que el movimiento militar iba a ser reprimido con la mayor energía". Conocedor de sus colegas, temía una acción mal organizada o prematura, que diera la victoria definitiva a la revolución.
Desde luego, la conspiración distaba mucho de estar bien organizada. La dirigía, al menos nominalmente, el general Sanjurjo, cuyas nulas habilidades conspirativas habían quedado bien manifiestas en su intentona de agosto de 1932. Y el gobierno vigilaba a la mayoría de sus integrantes, controlaba sus teléfonos, desbarataba sus medidas con cambios de destino, arrestos, etc. Azaña estaba convencido de que la sanjurjada iba a repetirse, dándole ocasión de aplastar a la derecha de una vez por todas.
Solo hacia finales de abril cobró la conjura mayor consistencia, al hacerse cargo de ella el republicano Mola. El gobierno lo había enviado a Pamplona, con la idea de que sus ideas chocarían con las de los monárquicos carlistas predominantes en la región; pero poco a poco, y no sin roces desesperantes, Mola había ido poniéndose de acuerdo con ellos. Al contrario que los socialistas de 1934, que preveían una guerra civil, Mola pensaba en una acción muy violenta, pero breve y decisiva, para evitar tal guerra. Planeaba instaurar luego una dictadura militar republicana y transitoria, que asegurase el orden, y permaneciese un tiempo tutelando al poder civil.
Las relaciones de los conspiradores con los partidos de derecha no eran muy satisfactorias. Los carlistas exigían la monarquía y los falangistas mostraban poco afecto a la monarquía y desconfiaban de los militares. La CEDA permaneció básicamente al margen, y solo a última hora apoyó Gil-Robles el golpe. Calvo Sotelo parece haber tenido conocimiento externo de los preparativos, sin participar en ellos. De todas formas, y salvo en Navarra, sería la organización militar la decisiva.
Entre los militares había serias dudas. La mayoría tenía conciencia de los enormes riesgos de la empresa, y no debía de mostrar mucha seguridad. Serrano Súñer describirá a uno de los comprometidos principales, Valentín Galarza, "el técnico", como mal informado, confuso y escaso de ánimo. En cambio se les unió un personaje tan resuelto como Queipo de Llano, viejo republicano, que tenía la ventaja de poder moverse con facilidad por el país, como jefe de los carabineros, y así enlazar a los jefes de las guarniciones comprometidos. Unos creían que había ya motivos de sobra para sublevarse cuanto antes, y otros mantenían alguna esperanza en la acción de los políticos: Mola representaba la primera postura, y Franco la segunda. De hecho, en un momento tan avanzado como el 23 de junio, Franco escribió una carta a Casares cuyo sentido evidente consistía en incitar al político a tomar él mismo medidas contra el deterioro de la situación. La actitud de Franco desesperaba a veces a sus compañeros.
A su vez, la actitud del gobierno desesperaba también a diversos izquierdistas, en particular a Prieto, que tenía bastante información sobre los preparativos del golpe y exigía su rápida desarticulación, al igual que los comunistas y otros. Ya en mayo el líder socialista había sostenido al respecto una agria discusión con Casares. Éste le explicó: "Todo eso que ustedes me cuentan y mucho más lo sabe el gobierno, y lo que yo quiero es que se echen a la calle de una vez para yugular la rebelión. Esta vez no vamos a quedarnos en una expropiación de bienes, como cuando la rebelión del general Sanjurjo". Pero Prieto no se dejó convencer, y salió furioso de la entrevista. Sentía crecer el peligro y no confiaba en las medidas del gobierno.
A principios de julio, Mola señalaba que "todo está en marcha y no ha de cundir el desaliento", pero que "el entusiasmo por la causa no ha llegado todavía al grado de exaltación necesario", existiendo aún "insensatos que creen posible la convivencia con los representantes de las masas que mediatizan al Frente Popular". Uno de éstos, un político de la CEDA, había echado por tierra sus planes en Valencia. Por fin, aprovechando los sanfermines como cobertura, los conjurados decidieron sublevarse el 14 de julio. Pero el día 10 varios jefes carlistas rompían con Mola, al no aceptar éste la bandera española tradicional, la disolución de los partidos y unas Cortes corporativas. Mola, desesperado, pensó en fusilar al carlista Fal Conde o en suicidarse. El día 12, nuevas gestiones terminaron sin avenencia. Y para colmo, ese mismo día, Franco, que había aceptado los planes anteriores, recomendaba aplazarlos a última hora. En el momento decisivo, el complicado artificio construido por Mola parecía a punto de venirse abajo, y los testigos han mencionado la mezcla de furia y desánimo en que se debatía "el director".
Pero en la noche de ese mismo día 12 caía asesinado Calvo Sotelo, y las vacilaciones entre los conjurados iban a desaparecer de un soplo. Como ha indicado Stanley Payne, para ellos se había vuelto mucho más peligroso no sublevarse que sublevarse.

Pío Moa